jueves, 27 de febrero de 2014

Leído el 9 de febrero de 2014


HE BUSCADO

He buscado, tercamente,
un paso hacia delante
y nada pude hallar.
He tratado, hábilmente,
de caer desde las alturas
y nada conseguía.
He viajado, locamente,
por calles imposibles,
sin encontrar el cielo.
He dejado, pausadamente,
todo lo bien amado
está en mí.

Siempre en el mismo sitio,
lejano y apacible,
mirando las estrellas,
siempre contra mí mismo,
paralizado de terror,
sin hallar el deseo.
Sin nadie que arranque
de mis ojos, sin luz,
vendas oscuras.
Siempre oculto
en mi propio corazón,
sin apenas salidas,
sin amor.

Dejo huellas sobre mis pasos
y me declaro en libertad.
Ya no quiero caer,
ni busco cielos imposibles,
ni arrebatadas luces,
ni pasos adelante que,
sencillamente,
alivien mi dolor o mi tristeza.


En plena libertad,
alejado de humanas veleidades.
Dejando,
como si fueran síntomas eternos,
que mis grandes amores,
duerman conmigo esta siesta del alma,
vivan, conmigo, este dolor.

Miguel Oscar Menassa
De “Llantos del exilio”
Poema leído por Gloria Gómez

miércoles, 26 de febrero de 2014

Leído el 9 de febrero de 2014


LA MEMORIA EN LAS MANOS

Hoy son las manos la memoria.
El alma no se acuerda, está dolida
de tanto recordar. Pero en las manos
queda el recuerdo de lo que han tenido.

Recuerdo de una piedra
que hubo junto a un arroyo,
y que cogimos distraídamente
sin darnos cuenta de nuestra ventura.
Pero su peso áspero,
sentir nos hace que por fin cogimos
el fruto más hermoso de los tiempos.
A tiempo sabe
el peso de una piedra entre las manos.
En una piedra
está la paciencia del mundo, madurada despacio.
Incalculable suma
de días y de noches, sol y agua
la que costó esta forma torpe y dura
que acariciar no sabe y acompaña
tan solo con su peso, oscuramente.
Se estuvo siempre quieta,
sin buscar, encerrada,
en una voluntad densa y constante
de no volar como la mariposa,
de no ser bella, como el lirio,
para salvar de envidias su pureza.
¡Cuántos esbeltos lirios, cuántas gráciles
libélulas se han muerto, allí, a su lado
por correr tanto hacia la primavera!
Ella supo esperar sin pedir nada
más que la eternidad de su ser puro.
Por renunciar al pétalo, y al vuelo,
está viva y me enseña
que un amor debe estarse quizás quieto, muy quieto,
soltar las falsas alas de la prisa,
y derrotar así su propia muerte.

También recuerdan ellas, mis manos,
haber tenido una cabeza amada entre sus palmas.
nada más misterioso en este mundo.
Los dedos reconocen los cabellos
lentamente, uno a uno, como hojas
de calendarios: son recuerdos
de otros tantos, también innumerables
días felices,
dóciles al amor que los revive.
Pero al palpar la forma inexorable
que detrás de la carne nos resiste
las palmas ya se quedan ciegas.
No son caricias, no, lo que repiten
pasando y repasando sobre el hueso
son preguntas sin fin, son infinitas
angustias hechas tactos ardorosos.

Y nada les contesta: una sospecha
de que todo se escapa y se nos huye
cuando entre nuestras manos lo oprimimos
nos sube del calor de aquella frente.
La cabeza se entrega; ¿Es la entrega absoluta?
El peso en nuestras manos lo insinúa,
los dedos se lo creen,
y quieren convencerse; palpan, palman.
Pero una voz oscura tras la frente,
-¿nuestra frente o la suya?-
nos dice que el misterio más lejano,
porque está allí tan cerca, no se toca
con la carne mortal con que buscamos
allí, en la punta de los dedos,
la presencia invisible.
Teniendo una cabeza así cogida
nada se sabe, nada
sino que está el futuro decidiendo
o nuestra vida o nuestra muerte,
tras esas pobres manos engañadas
por la hermosura de de lo que sostienen.
Entre unas manos ciegas
que no pueden saber. Cuya fe única
está en ser buenas, en hacer caricias
sin cansarse, por ver si así se ganan
cuando ya la cabeza amada vuelva
a vivir otra vez sobre sus hombros,
y parezca que nada les queda entre las palmas,
el triunfo de no estar nunca vacías.

Pedro Salinas

Poema leído por Alicia Martín

Leído el 9 de febrero de 2014

12

Para mi corazón basta tu pecho,
Para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.

Es en ti la ilusión de cada día.
Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia.
Eternamente en fuga como la ola.

He dicho que cantabas en el viento
como los pinos y como los mástiles.
Como ellos eres alta y taciturna.
Y entristeces de pronto, como un viaje.

Acogedora como un viejo camino.
Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo desperté y a veces emigran y huyen
pájaros que dormían en tu alma.


Pablo Neruda
De “Veintes poemas de amor”

Poema leído por Maribel Domínguez Duarte.

lunes, 24 de febrero de 2014

Poema leído el 9 febrero 2014

LOS ENCUENTROS DE UN CARACOL AVENTURERO

Hay dulzura infantil
en la mañana quieta.
Los árboles extienden
sus brazos a la tierra.
Un vaho tembloroso
cubre las sementeras,
y las arañas tienden
sus caminos de seda
-rayas al cristal limpio
del aire-.
En la alameda
un manantial recita
su canto entre las hierbas.
Y el caracol, pacífico
burgués de la vereda,
ignorado y humilde,
el paisaje contempla.
La divina quietud
de la Naturaleza
le dio valor y fe,
y olvidando las penas
de su hogar, deseó
ver el fin de la senda.

Echó a andar e internose
en un bosque de yedras
y de ortigas. En medio
había dos ranas viejas
que tomaban el sol,
aburridas y enfermas.

“Esos cantos modernos
-murmuraba una de ellas-
son inútiles”. “Todos,
amiga –le contesta
la otra rana, que estaba
herida y casi ciega-.
Cuando joven creía
que si al fin Dios oyera
nuestro canto, tendría
compasión. Y mi ciencia,
pues ya he vivido mucho,
hace que no lo crea.
Yo ya no canto más…”

Las dos ranas se quejan
pidiendo una limosna
a una ranita nueva
que pasa presumida
apartando las hierbas.

Ante el bosque sombrío
el caracol se aterra.
Quiere gritar. No puede.
Las ranas se le acercan.
“¿Es una mariposa?”,
dice la casi ciega.
“Tiene dos cuernecitos
-la otra rana contesta-.
Es el caracol. ¿Vienes,
caracol, de otras tierras?”

“Vengo de mi casa y quiero
volverme muy pronto a ella”.
“Es un bicho muy cobarde
-exclama la rana ciega-.
¿No cantas nunca?” “No canto”,
dice el caracol. “¿Ni rezas?”
“Tampoco: nunca aprendí”.
“¿Ni crees en la vida eterna?”
“¿Qué es eso?”
“Pues vivir siempre
en el agua más serena,
junto a una tierra florida
que a un rico manjar sustenta”.

“Cuando niño a mí me dijo
un día mi pobre abuela
que al morirme yo me iría
sobre las hojas más tiernas
de los árboles más altos”.

“Una hereje era tu abuela.
la verdad te la decimos
nosotras. Creerás en ella”,
dicen las ranas furiosas.

“¿Por qué quise ver la senda?
-gime el caracol-. Sí creo
por siempre en la vida eterna
que predicáis…”
Las ranas,
muy pensativas,  se alejan,
Y el caracol, asustado,
se va perdiendo en la selva.

Las dos ranas mendigas
como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
“¿Crees tú en la vida eterna?”
“Yo no”, dice muy triste
la rana herida y ciega.
“¿Por qué hemos dicho, entonces,
al caracol que crea?”
“Por qué… No sé por qué
-dice la rana ciega-.
Me lleno de emoción
al sentir la firmeza
con que llaman mis hijos
a Dios desde la acequia…”

El pobre caracol
vuelve atrás. Ya en la senda
un silencio ondulado
mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
arrastrando tras ellas
a otra hormiga que tiene
tronchadas las antenas.
El caracol exclama;
“Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
a vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita”.

La hormiga, medio muerta,
dice muy tristemente
“Yo he visto las estrellas.”

“¿Qué son la estrellas?”, dicen
las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
pensativo: “¿Estrellas?
“Sí-repite la hormiga-,
he visto las estrellas,
subí al árbol más alto
que tiene la alameda
y vi miles de ojos
dentro de mis tinieblas”.
El caracol pregunta:
“¿Pero qué son las estrellas?”
“Son luces que llevarnos
sobre nuestra cabeza”.
“Nosotras no las vemos”,
las hormigas comentan.
Y el caracol: “Mi vista
sólo alcanza a las hierbas.”

Las hormigas exclaman
moviendo sus antenas:
“Te mataremos; eres
perezosa y perversa.
El trabajo es tu ley.”

“Yo he visto a las estrellas”,
dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
“Dejadla que se vaya.
seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
ya rendida se muera”.

Por el aire dulzón
ha cruzado una abeja.
La hormiga, agonizando,
huele la tarde inmensa,
y dice: “Es la que viene
a llevarme a una estrella”.

Las demás hormiguitas
huyen al verla muerta.

El caracol suspira
y aturdido se aleja
lleno de confusión
por lo eterno. “La senda
no tiene fin –exclama-.
Acaso a las estrellas
se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas”.

Todo estaba brumoso
de sol débil y nieblas.
Campanarios lejanos
llaman gente a la iglesia,
y el caracol, pacífico
burgués de la vereda,
aturdido e inquieto,
el paisaje contempla.

Federico García Lorca

Poema leído por Esther Núñez

viernes, 21 de febrero de 2014

Poema leído el 2 de febrero de 2014


SIENTO QUE VOY ALEJÁNDOME
 (Fragmento)

Siento que me voy alejando, que voy saliéndome poco a
poco de esta realidad de las mañanas y las tardes y voy
entrando a un mundo que estoy construyéndome con
mis deseos y mis ansiedades y todas las cosas
reprimidas que empiezan a querer salírseme y que me
empujan, casi sin darme cuenta, en la incertidumbre,
allí donde deberé quedarme sola, donde me da miedo ir
porque sé que tendré que asumir toda la
responsabilidad del haberme dado cuenta, del saber que
no todo es aire y agua y pan y leche y que hay algo más
que nos rodea, que está en la atmósfera, que nos
persigue y espera para envolvernos en esa belleza
dolorosa que quisiéramos compartir y acercarla a los
demás pero, al contrario, nos aleja, nos hace sentirnos
irreales, diferentes, como que acabáramos de nacer a
un mundo que no conocimos hasta entonces o como
que hubiésemos llegado de la estrella más cercana o de
la más lejana y estamos abiertos totalmente a las hojas,
al ruido, sintiendo derramarse la vida, sintiendo que nos
acercamos a esa, la verdadera realidad, aunque todos
crean lo contrario y nosotros no podamos explicárselos.

Gioconda Belli
Leído por Maribel Domínguez Duarte


lunes, 17 de febrero de 2014

Poema leído el 2 de febrero de 2014


RECUERDO INFANTIL

II

Fue una clara tarde, triste y soñolienta
tarde verano. La hiedra asomaba
al muro del parque, negra y polvorienta.
                            La fuente sonaba.
Rechinó en la vieja cancela mi lave;
con agrio ruido abrióse la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
golpeó el silencio de la tarde muerta.
   En solitario parque, la sonora
copla borbollante del agua cantora
me guió a la fuente. La fuente vertía
sobre el blanco mármol su monotonía.
    La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,
un sueño lejano mi canto presente?
Fue una tarde lenta del lento verano.
   Respondí a la fuente:
no recuerdo, hermana,
más sé que tu copla presente es lejana.
   Fue esta misma tarde: mi cristal vertía
como hoy sobre el mármol su monotonía.
¡Recuerdas, hermano?... los mirtos talares,
que ves, sombreaban los claros cantares
que escuchas. Del rubio color de la llama,
el fruto maduro pendía en la rama,
lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?...
Fue esta misma lenta tarde verano.
   --No sé qué me dice tu copla riente
de ensueños lejanos, hermana la fuente.
   Yo sé que tu claro cristal de alegría
ya supo del árbol la fruta bermeja;
yo sé que es lejana la amargura mía
que sueña en la tarde de verano vieja.
     Yo sé que tus bellos espejos cantores
copiaron antiguos delirios de amores;
mas cuéntame, fuente de lengua encantada,
cuéntame mi alegre leyenda olvidada.
   --Yo no sé leyendas de antigua alegría,
sino historias viejas de melancolía.
   Fue una clara tarde del lento verano…
Tu venías solo con tu pena, hermano;
tus labios besaron mi linfa serena,
y en la clara tarde dijeron tu pena.
   Dijeron tu pena tus labios que ardían;
la sed que ahora tienen, entonces tenían.
   --Adiós para siempre, la fuente sonora,
del parque dormido eterna cantora.
Adiós para siempre, tu monotonía,
fuente, es más amarga que la pena mía.
   Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruido abrióse la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
sonó en el silencio de la tarde muerta.

Antonio Machado
Del “Soledades”
Poema leído por Gloria Gómez


domingo, 16 de febrero de 2014

Poema leído el 2 de febrero de 2014


ALBA

Mi corazón oprimido
siente junto a la alborada
el dolor de sus amores
y el sueño de las distancias.
la luz de la aurora lleva
semilleros de nostalgias
y la tristeza sin ojos
de la médula del alma.
La gran tumba de la noche
su negro velo levanta
para ocultar con el día
la inmensa cumbre estrellada.

¡Qué haré yo sobre estos campos
cogiendo nidos y ramas
rodeado de la aurora
y llena de noche el alma!
¡Qué haré si tienes tus ojos
muertos a las luces claras
y no ha de sentir mi carne
el calor de tus miradas!
¿Por qué te perdí por siempre
en aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
como una estrella apagada

Federico García Lorca
Poema leído por Alicia Martín


Poema leído el 2 de febrero de 2014


ENCUENTRO

Ni tu ni yo estamos
en disposición
de encontrarnos.
Tú… por lo que ya sabes.
¡Yo la he querido tanto!
Sigue esa veredita.
En las manos
tengo los agujeros
de los clavos.
¿No ves cómo me estoy
desangrando?
no mires nunca atrás,
vete despacio
y reza como yo
a San Cayetano,
que ni tu ni yo estamos
en disposición
de encontrarnos.

Federico García Lorca

Poema leído por Alicia Martín

sábado, 15 de febrero de 2014

Poema leído el 2 de febrero de 2014


ENTRE LA CIUDAD SÍ Y LA CIUDAD NO


Soy un rápido tren
                   que hace años va y viene
entre la ciudad Sí
                   y la ciudad No.
mis nervios están tensos
                   como cables
entre la ciudad No
                   y la ciudad Sí.

Todo está muerto y asustado en la ciudad No.
Es como un despacho empapelado con tristeza.
Fruncen el ceño en él todas las cosas.
Ha recelo en los ojos de todos sus retratos.
Cada mañana enceran con bilis su parquet.
Son sus sofás de falsedad, sus paredes de desgracias.
Jamás en él un buen consejo te darán,
ni un ramo de flores, ni un simple saludo.

Las máquinas de escribir teclean, con copia, la respuesta:

“No-no-no… no-no-no… no-no-no…”
Y cuando ala fin se apagan todas sus luces
los fantasmas inician su lúgubre ballet.
Jamás, ni aunque revientes, billete lograrás
para escapar de la negra ciudad No.

La vida, en cambio, en la ciudad Sí, es un canto de mirlo.

Carece de paredes la ciudad, es como un nido.
Las estrellas te piden acogerse en tus brazos.
Y, sin avergonzarse, los labios solicitan tus labios
con un quedo susurro: “Todo son tonterías…”
La reseda incitante solicita ser cortada,
y ofrecen los rebaños la leche en sus mugidos,
y en nadie hay un asomo de recelo,
y adonde quieras ir, te llevarán al instante trenes,
barcos, aviones,
y, con rumor de años, va el agua murmurando:
“Sí-si-sí--- sí-sí-sí--- sí-sí-sí…”
Sólo que, a veces, en verdad, es aburrido
que todo se me dé apenas sin esfuerzo
en esta ciudad Sí multicolor y deslumbrante.

¡Mejor ir y venir hasta el fin de mi vida
entre la ciudad Sí
                   y la ciudad No!
¡Mejor tener los nervios tensos como cables
entre la ciudad No
                   y la ciudad Sí


Evgueni Evtuchenko

Poema leído por Esther Núñez

viernes, 14 de febrero de 2014

Poema leído el 1 de diciembre de 2013


MISTERIOS

Todos los misterios de la infancia
se van como la niebla del río.
Misterios eran Tonías y Tanias.
aun con los pies rojos por el frío.

Misterios las estrellas y animales,
y las setas bajo los temblones.
Y las puertas chirriaban misteriosamente,
como sólo chirrían las puertas en la infancia.

Los enigmas del mundo iban surgiendo
como las bolitas de la boca
de un faquir encantador
que sabe su secreto.

Copos de nieve encantados
sobre campos y bosques caían.
Sonrisas encantadas
danzaban en los ojos de las niñas.

Susurrábamos algo misteriosamente
en la misteriosa pista de hielo.
Y una mano tocaba a otra mano,
temerosa, como el misterio toca al misterio.

Y, de repente, fuimos mayores.
con su frac desgastado, el faquir
se marchó de tournée a otra infancia,
a un lejano país.

Se olvidó de nosotros, ya adultos.
Faquir: ¡qué mala persona eres!
Tan sin misterio es, que hoy nos molesta
al caernos encima la nieve.

¿Dónde estáis, encantadas bolitas?
Nuestra tristeza no tiene misterio.
Ya no son un misterio los otros,
ni nosotros lo somos para ellos.

Cuando una mano, a veces,
a otra mano toca acariciando,
sólo toca una mano, no un misterio.
¿Comprendéis? Solamente una mano.

Dadnos un misterio muy sencillo,
ese misterio que es timidez y silencio,
en misterio delgado y descalzo.
Aunque sólo sea uno, ¡dadnos un misterio!

Evgueni Evtuchenko

Leído por Gloria Gómez

jueves, 13 de febrero de 2014

Poema leído el 1 de diciembre de 2013


EL CIEGO Y LA NOVIA

Yo tengo una novia
de muchos colores
que llegó hasta a odiarme
porque le decían
que yo era muy ciego
y nada veía.

Un día me dijo:
cuando me acaricias
amo tu ceguera
porque, si tú nada ves,
yo ya no tengo vergüenza.

Además la piel del cuerpo
y de las manos también,
cuando empieza la caricia
liberan un nuevo ser.

Cuando comienza el amor
siempre viene acompañado
de la posibilidad de ver
que estamos embalsamados.

Ahí, donde el tiempo
suele hacer sus ejercicios,
no me importa tu ceguera
porque es tu piel la que ve.
Pero cuando yo te muestro
mis tetas, algún cuadro,
un poema bordado
al estilo oriental,
o la curva elegante
de mi vestido claro
o las graciosas cintas
de mi blusita azul.

Ahí, miro tus ojos
y pego un alarido:
la belleza en tus ojos
está muriéndose.

Por eso te aconsejo
que nuestros cuerpos
puedan temblar, amor.

Abandona en tus ojos
la ceguera,
por la caricia en vuelo
y la belleza
toda la belleza,
estará en mi piel.

Miguel Oscar Menassa
De “Canciones”
Leído por Maribel Domínguez Duarte



Poema leído el 1 de diciembre de 2013


EL CHICO VOLADOR

Tenía 8 años y la cosa no iba
bien,
mi padre era un bestia y mi madre
su sirvienta.
no caía bien a los chicos
del vecindario.
tenía un escondite.
era en el tejado del garaje.
allá arriba hacía mucho calor
así que me desnudaba y tomaba el sol
decidí broncearme y ponerme
cachas.
hacía flexiones y sudaba
al sol.
el tejado estaba cubierto de gravilla
blanca que se me clavaba en la
piel,
pero no llegué a broncearme, sólo
se me puso la piel de un rojo
idiota.
aún así, seguía en el tejado.
era mi escondite.
entonces se me metió en la cabeza que podía
volar.
no sé como surgió, fue
gradual, la idea de que podía
volar.
pero conforme pasaba el tiempo la idea
iba cobrando cada vez más
fuerza.
no sabía a ciencia cierta por qué quería
volar
por la idea me dominaba
cada vez más.
me encontré encaramado al
borde del tejado
varias veces
pero siempre reculaba.
entonces llegó la tarde en que
decidí que iba a volar
de pronto, tuve la seguridad de que podía,
estaba eufórico.
salí al borde del tejado,
di un salto y aleteé con
los brazos,
caí a plomo y me di
un buen golpe contra el suelo
al levantarme vi que me
pasaba algo raro en
el tobillo derecho.
apenas podría andar.
cojeé hasta llegar a casa, logré
llegar al dormitorio y me
acosté
a una hora después tenía el tobillo
hinchado,
inmenso,
me quité el zapato.

Mis padres
llegaron a casa
más o menos entonces.
-Henri, ¿Dónde estás? –preguntó
mi padre.
-estoy aquí.

entraron los dos, mi
padre primero y mi madre
detrás.

-¿qué te ha pasado en el
tobillo, Henry? –preguntó mi madre.

-un accidente.

-¿un accidente? –preguntó mi padre-, ¿qué
clase de accidente?

-intentaba volar, pero no ha dado resultado.

-¿volar? ¿cómo? ¿desde dónde?

-desde el tejado del garaje

-así que ahí es donde andabas
escondido últimamente, ¿no?

-sí

¡-¿te das cuenta de que habrá que
pagar a un médico?
-¿te das cuenta de que no
tenemos dinero?

-no me hace falta ningún médico.

-¡los médicos cuestan dinero!
¡vete al baño!

Me levanté y fui dando saltitos hasta el
cuarto de baño.

-¡bájate los pantalones!
¡los calzoncillos!

lo hice.

-¡los médicos cuestan dinero!

cogió el suavizador de la
navaja
noté el primer
mordisco.
me estalló
en la cabeza un
fogonazo.
volvió a darme con el
suavizador,
el ruido que hizo
contra mi piel fue
horrible.

-¡putos médicos!

El suavizador volvió
a alcanzarme
y entonces supe por qué
había querido
salir volando… volando
a través de las paredes,
salir volando
por la ventana,
a cualquier sitio lejos de
allí


Charles Bukowski
Leído por Esther Núñez