martes, 31 de marzo de 2015

Poema leído en la presentación "Mujer de Otoño" de Pilar Rojas



CREDENCIALES

Tienes nombre,
has labrado los surcos de tu vida
añadiendo tu nombre a la prosapia.
Ciudadano del mundo,
con la tenacidad de un labriego obstinado
tu voz se fue curtiendo al compás de tu tiempo.
Eres culto,
como alimaña hambrienta
devoraste páginas escritas
que transformaron tu cuerpo y tu camino.
Trabajador tenaz,
tu vida fue creciendo en avatares de gestos cotidianos.
Cortés en tus maneras,
al amparo de leyes curabas tus heridas.
¡Intachable creías!

Un buen día,
desde la lejanía que engrandece el orgullo,
te convierten en paria.
Tu mirada, detenida en las cuencas vaciadas de tu mundo
disipa entre tus manos la dignidad de hombre,
Solo querías volar, y ellos
reclaman credenciales para nombrarte humano.

Pilar Rojas Martínez
del libro "Mujer de otoño"


lunes, 30 de marzo de 2015

Leído en la presentación del libro "Mujer de otoño" de Pilar Rojas


EL GOCE INTERRUMPIDO


Esperaba el alba con fruición desesperada, como si las delicadas sábanas de hilo que habían acogido su cuerpo en la noche se convirtieran, por un sortilegio que no comprendía, en rudas ortigas que la instigaban a levantarse.

Su gesto, adusto, de mujer laboriosa y dócil, no hacía sospechar la crueldad de su determinación, la había cogido el gusto a limpiar por las mañanas. Enarbolando un plumero volaba por la casa, silenciosa, como si sus pasos siguieran la consigna que dirigía su brazo: no dejar rastro. Y convencida de que su gesta sería reconocida algún día porfiaba con las pequeñas motitas de polvo que, díscolas, insistían en posarse sobre los libros de la estantería.

Cuando alguien reparaba en ella emprendía una brillante protesta alegando que, a causa de tan laboriosa actividad, no podía dedicarse a obra de mayor provecho.

No recordaba cuándo había comenzado esta afición suya, que tanto la extrañaba. De pequeña peleaba con su madre, precisamente porque odiaba realizar una tarea tan poco provechosa: mover el polvo de un lado a otro. Pero ahora, quizás por la insistencia materna que la apremiaba continuamente, pasaba todas las mañanas sacando brillo a los muebles, como a ella le gustaba decir, por si en alguna ocasión, de improvisto, viniera una visita.

Y no era baladí su cautela porque ella era algo bruja, como solía decir su marido, y sabía que, tarde o temprano sucedería. Así fue, una mañana a la hora del Ángelus sonó el timbre de la calle. El sonido agudo y reiterativo como de cigarra en pleno agosto la desagradó profundamente. Esta coincidencia horaria no presagiaba nada bueno, si bien, su desasosiego nada tenía que ver con que le hubieran interrumpido las fantasías que estaba tejiendo y de las que no podía decir mucho más, ya que ella, mientras limpiaba, tenía la mente en blanco.


Pilar Rojas
Del libro “Mujer de Otoño










domingo, 29 de marzo de 2015

Poema leído en la Presentación "Mujer de otoño"


MUJER TRABAJADORA

Se levantó algo inquieta esa mañana de marzo.
Con todo el día por delante para agostar prejuicios
se detuvo en la fecha del calendario, ocho de marzo.
Siempre le habían gustado los número pares, porque
No sabía qué hacer con el resto de lo que no cuadraba.

Se entretenía, en el desayuno, jugando con las fechas,
ya que eso del tiempo le provocaba alguna dificultad.
Esa mañana el ocho de marzo no la invitó a jugar,
sabía que el ocho era el número atómico del oxígeno
y que los octágonos tenían veinte diagonales,
datos suficientes para disparar su cuantiosa imaginación
que siempre la perseguía y a veces nublaba la realidad.
Hoy carecía de clarividencia. No desesperó, mientras oía la radio,
acometió la tarea diaria de acicalar su cuerpo;
era una mujer y su atractivo le compensaba de no sabía qué.
Escuchó la noticia y comprendió: ocho de marzo, día de la mujer trabajadora.

Algo de impiedad existe en la celebración de la muerte
y aunque no era religiosa creía en el símbolo
y pensó que quizás Eva tenía algo que ver,
el dolor se había instalado en el mundo de manos de la mujer
y salir de esos confines provocaba más de un aprieto.
La venganza fue atroz, convertida en madre
y recluida entre cuatro paredes pasaban los siglos.
Ellas algo ponían de su parte, amantes de las compensaciones
un hombre y un hijo saciaban sus impulsos recónditos.

Mas el destino no siempre fue cruel, había habido mujeres
que se pusieron el mundo por montera y con argucias diversas
derribaron paredes e injusticias para hacer de la humanidad su casa.
Se sobrecogió con estas reflexiones, si había sido posible para una,
era posible para todas y ella, que abandonó de pequeña la idea de ser tonta,
estaba convencida de que con trabajo se muelen piedras.
No lo dudó, una última mirada en el espejo
y se dirigió al trabajo. Esa era su manera de festejar.

Pilar Rojas
Del libro "Mujer de otoño"