domingo, 1 de octubre de 2017

EL VENDEDOR DE FRUTAS Y PÁJAROS -German Pardo Garcia


EL VENDEDOR DE FRUTAS Y PÁJAROS

 

Yo soy ese hombre vendedor de frutas
que en las ciudades a las puertas llama,

 
con su pequeño carro y su burrito
y un pregón musical para que le abran.

 
oídme lo que digo, gentes duras,
escuchad mi pregón y mis parábolas:

 
Vengo del monte, de los campos vivos.
soy un fruticultor de la montaña.

 
Vendo liebres y tórtolas, limones
y ramas de malvón, vendo naranjas.

 
Ofrezco almíbar de ciruelas rojas
y blando betabel, vendo guanábanas.

 
Nísperos doy y fresas y aceitunas
y flores de amarilla calabaza.

 
Vendo zenzontles, lirios y turpiales
y un mirlo arrullador en esta jaula.

 
Venid, llegad a mi silbante fronda
que en la ciudad ensombrecida avanza.

 
Vendo membrillos, uvas y frambuesas.
acudid a comprar, vendo manzanas.

 
Pero nadie me escucha y estoy solo.
¿Qué se hicieron los niños que compraban

 
mis pájaros azules, mis ramitos
de arrayanes y todas mis castañas?

 
Me siento solo en la ciudad oscura.
Cambiaré mi pregón: ¡vendo esperanza!

 
Vendo alegría para el mundo, vendo
ternura y amistad para las almas.

 
¿Quién recibe un manojo  de ternura?
¿Quién quiere conocer esta abundancia

 
cristalina que llevo entre las manos,
y que amistad y corazón se llama?

 
Vendo espíritu puro, vendo brisas.
Soy un apicultor de las montañas.

 
Pero nadie me escucha mis pregones
se estrellan contra el muro de las casas.

 
La ciudad en las brumas no recuerda
que soy su antiguo compañero. Hay caras

 
desconocidas para mí y se nublan
cuando paso, portones y ventanas.

 
Vendo frutas recientes, las más dulces,
y alcatraz y laurel y remolacha.

 
El eco imperceptible me responde.
Nadie más… y mi espíritu se apaga.

 
Voy a brindar la miel de mis colmenas
a las tímidas liebres y a las cabras,

 
y mis primicias de algodón al nido
del colibrí y a las palomas blancas.

 
La ciudad en las brumas me desprecia.
Soy su vulgar jardín sucio de cáscaras.

 
No se puede ofrecer frutas y alondras
a un mundo sanguinario que fracasa.

 
No se puede llevar lirios al pecho,
porque otros lucen homicida espada.

 
¡Adiós, adiós, me voy con mis jilgueros,
mis frutas y mi olor a mejorana!

 
Ya nadie me conoce. ¡Adiós, amigos!
vendo ciruelas, nueces y guayabas.

 
En el reloj de la vecina torre
suena la una de la madrugada.

 
¡Qué soledad! Mis pájaros sollozan
y no he vendido ni siquiera un ánsar.

 
Y yo creyendo que era el mediodía,
y era mi corazón el que irradiaba.

 
Mi abierto corazón de niño grande,
vendedor de avecillas y balsáminas.

 
Hora lo comprendo: era mi espíritu.
Soy una claridad entre fantasmas.

 
Me circundan espectros de otros mundos.
Seres que conocí surgen y me hablan

 
desde el fondo apacible de otros días,
y les vuelvo a decir: ¡vendo naranjas!

 
Me miran y se alejan y se ocultan
otra vez en las sombras asordadas.

 
Yo empuño un sol nocturno y en su esfera
de signo un ruiseñor con ojos de águila.

 
Y me pregunto: ¿qué hago yo a estas horas
con un carro de flores y calandrias?

 
¿Por qué esta oscuridad, por qué hay tinieblas
siempre en nosotros, siempre agazapadas?

 
¡Ah mi espíritu simple que transforma
las penumbras en luz, y entre sus lágrimas

 
suelta un  barquito de papel y dice
que él es el capitán de aquella barca!

 
¡Ay del que ignora que jugó y fue niño!
¡Ay del que vive lejos de su infancia!

 
Más, ¿qué hacer con los sueños que yo tuve
y en donde ir a soñar los que me faltan?
 
¿Cuándo seré mas hombre y menos niños?
¿Cuándo tendré la voluntad forjada

 
a golpes de cincel como ese obrero
que en túneles sin luz vive y trabaja,

 
o como el panadero que en la boca
del horno abrasador curte las masas

 
y el brazo leudador hunde en el gluten
y de la cueva renegrida saca

 
panes alimenticios y reservas
que el hombre necesita en su morada?

 
¿Cuándo me dejaré de estar creyendo
que no hay dolor y que las piedras cantan?

 
¿Cuándo voy a entender que entre los bosques
un tigre sideral bruñe sus garras?

 
¡Qué torpeza!... y me burlo de mí mismo.
¡Luz y penumbra… y no diferenciarlas!

 
¡Pobre de mi que nunca h comprendido
lo que dice mi perro en sus alarmas!

 
El sí sabe, él sí escucha y él sí ha visto.
¡Me estremecen sus cósmicas miradas!

 
Va certero a sus presas y adivina
donde esta el escorpión y a que distancia.

 
Pero a mi se me oculta siempre el mundo
¡y que equivocaciones tan extrañas!

 
 ¡Vender turpiales a la media noche
y por una ciudad abandonada!

 
¡Oh discordantes sumas de mis cifras!
¡Oh divino ignorar de mi ignorancia!

 
Mi burrito se acuna y en sus sueños
por las estrellas inocentes vaga,

 
y las Siete Cabrillas Nexus rondas
lo hacen girar con músicas y danzas.

 
¡Que soledad!… mis pájaros suplican
y se me parte contra el mundo el alma.

 
Vendo azucenas, higos y nopales,
doradillas y tallos de linaza.

 
Más ya me voy con mi burrito triste,
mi viejo carro y mis cantoras jaulas.

 
¡Adiós, adiós, me voy hacia las brisas!
Ya nunca volveré… o quizá mañana,

 
si la luna y el sol no se equivocan
y mis sentidos de juglar no fallan.

 
En el reloj de la vecina torre
timbra el vacío de la madrugada.

 
Vendo gladiolas y orozuz y alpiste
y aretillos y anís… ¡vendo esperanza!

 

 
Germán Pardo García

 

 

 

 

 

 

 

 

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