domingo, 25 de febrero de 2018

CÁLIDA RUEDA - Enrique Molina


CÁLIDA RUEDA


No llegaremos nunca a nada
El fuego extinto no se extingue
El amor gira en su ceniza:
Ningún beso se desvanece

Cuerpos queridos a lo lejos
Y cuerpos próximos sin puentes
La gaviota de los adioses
Está inmóvil en la corriente

Rostros que pasan pero tornan
--El bello girasol humano…--
Esa luz que parece noche
Esa noche llena de faros

Porque una vez será otra vez
Y el universo está en mi sangre
Corazones enardecidos
Oh sierpes del sol
                               ¡Insaciables!


Enrique Molina

jueves, 22 de febrero de 2018

RIQUEZA -Gabriela Mistral

RIQUEZA

Tengo la dicha fiel
y la dicha perdida:
la una como rosa,
la otra como espina.
De lo que me robaron
no fui desposeída;
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida,
y estoy rica de púrpura
y de melancolía.
¡Ay, qué amante es la rosa
y qué amada la espina!
Como el doble contorno
de dos frutas mellizas
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida.


Gabriela Mistral

miércoles, 21 de febrero de 2018

LA CANCIÓN QUE OYÓ EN SUEÑOS EL VIEJO

LA CANCIÓN QUE OYÓ EN SUEÑOS EL VIEJO

(FRAGMENTO)


VI
De pronto el corazón, con ansia extrema
mezclada a un tiempo de placer y espanto,
latió, mientras su labio murmuraba:
“¡No, los muertos no vuelven de sus antros!

Él era y no era él; mas su recuerdo,
dormido en lo profundo
del alma, despertóse con violencia
rencoroso y adusto.

-No soy yo, ¡pero soy! – murmuró el viento--,
y vuelvo, amada mía,
desde la eternidad para dejarte
ver otra vez mi incrédula sonrisa.

“¡Aún has de ser feliz! –te dije un tiempo,
cuando me hallaba al borde de la tumba-.
Aún has de amar-; y tú, con fiero enojo,
me respondiste: “¡Nunca!-

“¡Ah! ¿Del mudable corazón has visto
los recónditos pliegues?-,
volví a decirte, y tú, llorando a mares,
repetiste: “¡Tú solo, y para siempre!...

Después, era una noche como aquéllas;
y un rayo de la luna, el mismo acaso
que a ti ya mí nos alumbró importuno,
os alumbraba a entrambos.

Cantaba un grillo en el vecino muro,
y todo era silencio en la campiña,
¿no te acuerdas, mujer? Yo vine entonces,
sombra, remordimiento o pesadilla.

Más tú, engañada recordando al muerto,
pero también el vivo enamorada,
te olvidaste del cielo y de la tierra
y condenaste el alma.

Una vez, una sola,
aterrada volviste de ti misma,
¡como para sentir mejor la muerte,
de la sima al caer, vuelve la víctima!
Y aún entonces, ¡extraño cuanto horrible
reflejo del pasado!,
el abrazo convulso de tu amante
te recordó, mujer, nuestros abrazos.

“¡Aún has de ser feliz!-, te dije un tiempo,
y me engañe. No puede
serlo quien lleva la traición por guía,
y a su sombra mortífera se duerme.

“¡Aún has de amar!-, te repetí, y amaste,
y protector asilo
diste, desventurada, a una serpiente
en aquel corazón que fuera mío.

Emponzoñada estás; odios y penas
te acosan y persiguen,
y yo casi con lástima contemplo
tu pecado y tu mancha irredimibles.

¡Más, vengativo, al cabo yo te amaba
ardientemente y te amo todavía!...
Vuelvo para dejarte
ver otra vez mi incrédula sonrisa.


Rosalía de Castro

domingo, 18 de febrero de 2018

LA DULCE BOCA - Luis de Góngora

LA DULCE BOCA


La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas destilado,
y a no envidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de ida,

¡amantes! No toquéis si queréis vida:
porque entre un labio y otro colorado
Amor está de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas que al Aurora
diréis que aljofaradas y olorosas
se le cayeron del purpúreo seno.

Manzanas son de Tántalo y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora
y sólo del Amor queda el veneno.

Luis de Góngora


sábado, 17 de febrero de 2018

LA MAESTRA RURAL - Gabriela Mistral


LA MAESTRA RURAL


La Maestra era pura. “Los suaves hortelanos”, decía,
“de este predio, que es predio de Jesús,
han de conservar puros los ojos y las manos,
guardar claros sus óleos, para dar clara luz”.

La Maestra era pobre. Su reino no es humano.
(Así en el doloroso sembrador de Israel.)
Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano
¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!

La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!
Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.
Por sobre la sandalia rota y enrojecida,
tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.

¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso,
largamente abrevaba sus tigres el dolor!
Los hierros que le abrieron el pecho generoso
¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!

¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía
el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor
del lucero cautivo que en sus carnes ardía:
pasaste sin besar su corazón en flor!

Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste
su nombre a un comentario brutal o baladí?
Cien veces la miraste, ninguna vez la viste
¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!

Pasó  por él su fina, su delicada esteva,
abriendo surcos donde alojar perfección.
La albada de virtudes de que lento se nieva
es suya. Campesina, ¿no le pides perdón?

Daba sombra por una selva su encina hendida
el día en que la muerte la convidó a partir.
Pensando en que su madre la esperaba dormida,
a La de Ojos Profundos se dio sin resistir.

Y en su Dios se ha dormido, como un cojín de luna;
almohada de sus sienes, una constelación;
canta el Padre para ella sus canciones de cuna
¡y la paz llueve largo sobre su corazón!

Como un henchido vaso, traía el alma hecha
para volcar aljófares sobre la humanidad;
y era su vida humana la dilatada brecha
que suele abrirse el Padre para echar claridad.

Por eso aun el polvo de sus huesos sustenta
púrpura de rosales de violento llamear.
¡Y el cuidador de tumbas, como aroma, me cuenta, las
plantas del que huella sus huesos, al pasar!

Gabriela Mistral


jueves, 15 de febrero de 2018

NO PUDIMOS SER - Miguel Hernández


NO PUDIMOS SER

No pudimos ser. La tierra
no pudo tanto. No somos
cuanto se propuso el sol
en un anhelo remoto.

Un pie se acerca a lo claro.
En lo oscuro insiste el otro.
Porque el amor no es perpetuo
en nadie, ni en mí tampoco.
El odio aguarda un instante
dentro del carbón más hondo.
Rojo es el odio y nutrido.
El amor, pálido y solo.
Cansado de odiar, te amo.
Cansado de mar, te odio.

Llueve tiempo, llueve tiempo.
Y un día triste entre todos,
triste por toda la tierra,
triste desde mí hasta el lobo,
dormimos y despertamos
con un tigre entre los ojos.

Piedras, hombres como piedras,
duros y plenos de encono,
chocan en el aire, donde
chocan las piedras de pronto.

Soledades que hoy rechazan
y ayer juntaban sus rostros.
Soledades que en el beso
guardan  el rugido sordo.
Soledades para siempre.
Soledades sin apoyo.

Cuerpos como un mar voraz,
entrechocando, furioso.

Solitariamente atados
por el amor, por el odio,
por las venas surgen hombres,
cruzan las ciudades, torvos.

En el corazón arraiga
solitariamente todo.
Huellas sin campaña quedan
como en el agua, en el fondo.
Sólo una voz, a lo lejos,
siempre a lo lejos la oigo,
acompaña y hace ir
igual que el cuello a los hombros.

Sólo una voz me arrebata
este armazón espinoso
de vello retrocedido
y erizado que me pongo.

Los secos vientos no pueden
secar los mares jugosos.
Y el corazón permanece
fresco en su cárcel de agosto
porque esa voz es el arma
más tierna de los arroyos:

“Miguel: me acuerdo de ti
después del sol y del polvo,
antes de la misma luna,
tumba de un sueño amoroso!.

Amor: aleja mi ser
de sus primeros escombros,
y edificándome, dicta
una verdad como un soplo.

Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, todo.

Miguel Hernández


martes, 13 de febrero de 2018

ORILLAS DE TU VIENTRE - Miguel Hernández


ORILLAS DE TU VIENTRE...


¿Qué exaltaré en la tierra que no sea algo tuyo?
A mi lecho de ausente me echo como a una cruz
de solitarias lunas del deseo, y exalto
la orilla de tu vientre.
Clavellina del valle que provocan tus piernas.
Granada que ha rasgado de plenitud su boca.
Trémula zarzamora suavemente dentada
donde vivo arrojado.
Arrojado y fugaz como el pez generoso,
ansioso de que el agua, la lenta acción del agua
lo devaste: sepulte su decisión eléctrica
de fértiles relámpagos.
Aún me estremece el choque primero de los dos;
cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas,
impulsamos las sábanas a un abril de amapolas,
nos inspiraba el mar.
Soto que atrae, umbría de vello casi en llamas,
dentellada tenaz que siento en lo más hondo,
vertiginoso abismo que me recoge, loco
de la lúcida muerte.
Túnel por el que a ciegas me aferro a tus entrañas.
Recóndito lucero tras una madreselva
hacia donde la espuma se agolpa, arrebatada
del íntimo destino.
En ti tiene el oasis su más ansiado huerto:
el clavel y el jazmín se entrelazan, se ahogan.
De ti son tantos siglos de muerte, de locura
como te han sucedido.
Corazón de la tierra, centro del universo,
todo se atorbellina, con afán de satélite
en torno a ti, pupila del sol que te entreabres
en la flor del manzano.
Ventana que da al mar, a una diáfana muerte
cada vez más profunda, más azul y anchurosa.
Su hálito de infinito propaga los espacios
entre tú y yo y el fuego.
Trágame, leve hoyo donde avanzo y me entierro.
La losa que me cubra sea tu vientre leve,
la madera tu carne, la bóveda tu ombligo,
la eternidad la orilla.
En ti me precipito como en la inmensidad
de un mediodía claro de sangre submarina,
mientras el delirante hoyo se hunde en el mar,
y el clamor se hace hombre.
Por ti logro en tu centro la libertad del astro.
En ti nos acoplamos como dos eslabones,
tú poseedora y yo. Y así somos cadena:
mortalmente abrazados.

Miguel Hernández


domingo, 11 de febrero de 2018

HOY QUIERO ESCRIBIR UNA CARTA DE AMOR - Magdalena Salamanca

HOY QUIERO ESCRIBIR UNA CARTA DE AMOR

Alejada del humo negro de la noche,
escribo en los pasillos de la vida
y, en mis labios, nace una sonrisa.
muda de palabras, grito versos
y los abismos forjan sus puentes.

Hoy quiero escribir una carta de amor
que impregne el universo de palabras
y los vientos con olor a violeta,
para que la sangre sea ese perfume
que fecunda mi sexo de pétalos;
flor naciendo en primavera.

Desde la distancia del océano
y la inmensidad azul,
hay en mi piel restos de tu aroma,
aroma de amor en tres dimensiones
que limitan el espacio recorrido
bajo el sol de la memoria.

Te quiero en cada paso del camino,
en los acantilados del verbo.
En las grietas del corazón, te quiero.

Hubo momentos donde mi amor
se diluía en los latidos
de una ardiente mirada,
y otros donde una mirada
era el silencio arrítmico de la noche.

Acaricio lava púrpura.
yazco en la vereda
donde el silencio hiere
el bramido de la noche,
ocultándose tras el frío
mármol de tus ojos.

Atrás quedaron los latidos
a destiempo.

Poseída por la sed hueca
de la madrugada,
rectifico la aurora
y te hablo de amor.
Son palabras, tus manos,
palabras como látigos
azotando la ausencia.
no recuerdo el surco de esta pluma
que clama el viento
la pureza de un abrazo.

Ando rodando en vertical.
la línea obtusa de tu sexo
me indica el centro.
Hago un semicírculo en el aire
y caigo sin piedad
en la cuadrícula insatisfecha
de este cuaderno sin anillas.

Las hojas trazan paralelas
entre el amor y el odio.
Un tobogán de sueño
despierta la ecuación y
divide el ángulo
en batallones de segmentos
bien uniformados.

Todas las figuras
también las aritméticas,
esperan alineadas
frente a tu presencia.

Han acabado los comienzos
con agudas fisuras en la voz:
gritos y alaridos han muerto.

Paseando por tus calles,
he contemplado la vida
suplicándome una palabra
suave, leve, que nos lleve
de la mano a la frondosa
latitud del amor.

Hay una canción entre nosotros
que tiene el tono de las flores,
el bramido de nuestra piel,
amándose.

Magdalena Salamanca Gallego
De “Habitación 501”


jueves, 8 de febrero de 2018

ÚLTIMA NOTA


ÚLTIMA NOTA

Vuelo por los restos del pasado
esos sin tiempo y sin retorno
y no es la nostalgia, es el temblor
ante el futuro extremo,
ese punto único, inevitable
lugar en tierra.

Vuelo por el año que ha pasado
ese que conoció la guerra
ese que comenzó la paz
un año sin reservas
donde hasta el dinero
ha perdido su brillo.

Vuelo por debajo de las protestas
por encima de las palabras
y nadie me sigue, sólo quieren sangre,
confort inmediato, acabar con los amos,
Mientras los pobres son los olvidados,
los sin amor, los sin salud en la mano.

Tierra mía,
tierra tuya,
que marcaste con tu lengua
los confines del mundo,
tú que saciaste tu avaricia
y hasta tu bondad, en hondos versos,
tú que abres tus puertas y tus bocas
para que desparezcan los límites
para que no haya dentro y fuera,
hasta los cadáveres llega tu silencio.


Amelia Díez Cuesta

SUEÑO DE CURACIÓN


SUEÑO DE CURACIÓN

En el colmo del amor
blanqueo mi ritmo
--fugitivo—
en un rayo de sol.

Trasciendo un azul que se deshoja
en gramilla fértil que sembró mi paso.
Suelto mi cuerpo ágil
al viento en común,
mi poesía.

Agrandada y veraz
pereza desnuda
transparente sombría.
Intenso ardid con el que oscilo
pendiente del ocio
imperdibles alientos
del profundo verano
sepultado de mar.

Te oprimo,
¿ves?
te toco.
Guardo entre residuos calientes
una sangre cuajada de verde.
Tu cansancio reptando
en el hierro de la letra.

En el colmo del odio
te aniquilo.
Impura esconda mi mano
para no arrojar la piedra.

Entre abrazos me preguntas
¿Quién inventó la comida?
¿Quién puso los horarios?
¿Seguiremos pensando que fue la burguesía?

María Chévez



martes, 6 de febrero de 2018

UN VIEJO LOBO


UN VIEJO LOBO

Cuando me falta mi mundo,
y me falta siempre,
convoco a los nobles de la juventud,
fumo con ellos un cigarro
y les pido
que consuelen mis penas callejeras.

Sin darme cuenta
que también yo vivía en el exilio,
descarté tener la coherencia y la disciplina
que hubiese tenido un hombre libre en la ciudad.

Un viejo lobo,
consumido por el deseo
de destripar las ovejas,
descuartizar los conejos,
y muy a pesar de eso,
logra controlar brutales excesos.

Hay momentos de la vida,
donde callar
se convierte en culpa,
y hablar es una obligación.

Un deber civil.
Un desafío moral.
Un imperativo categórico
del cual no te puedes evadir.

Lucía Serrano

domingo, 4 de febrero de 2018

LA CLASE

LA CLASE

Como un niño que en la tarde brumosa va diciendo su lección y se duerme.
Y allí sobre el magno pupitre está el mudo profesor que no escucha.
Y ha entrado en la última hora un vapor leve, porfiado,
pronto espesísimo, y ha ido envolviéndolos a todos.
Todos blandos, tranquilos, serenados, suspiradores,
ah, cuán verdaderamente reconocibles.
Por la mañana han jugado,
han quebrado, proyectado sus límites, sus ángulos, sus risas,
sus imprecaciones, quizá sus libros.
y ahora una brisa inmovible, una bruma, un silencio, casi un beso,
los une, los borra, los acaricia, suavísimamente los recompone.

Ahora son como son. Ahora puede reconocérseles.
Y todos en la clase se han ido adurmiendo.
Y se alza la voz todavía, porque la clase dormida se sobrevive.

Una borrosa voz sin destino,
que se oye y que no se supiera ya de quién fuese.

Y existe la bruma dulce, casi olorosa, embriagante,
y todos tienen su cabeza sobre la blanda nube que los envuelve.
Y quizá un niño medio se despierta y entreabre los ojos,
y mira y ve también el alto pupitre desdibujado
y sobre él el bulto grueso, casi de trapo, dormido, caído, del abolido
profesor que allí sueña.

Vicente Aleixandre

jueves, 1 de febrero de 2018

VERGÜENZA - Gabriela Mistral


VERGÜENZA


Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje al río.

Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas;
ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.

Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.

Yo callaré para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca
en la tremolación que hay en mi mano...

Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que ya mañana al descender al río
lo que besaste llevará hermosura!

Gabriela Mistral