miércoles, 4 de abril de 2018

TESTIGOS PERDIDOS - Enrique Molina


TESTIGOS PERDIDOS



Óyeme:
Criatura de pasión y abandono con labios de mil noches que
no quieren morir
dilapidada ante la esfinge del pan y del agua
de un país lacerado por la memoria
de adiós en adiós de sombra en sombra la ruta se prolonga
hasta las islas somnolientas de tu cuerpo
Las mejillas doradas y la increíble maleta sobre la tierra
entre las comisuras del hotel
Tantas frases de pasión y de odio
Y en la playa las pescadoras bajo sus trenzas chorreantes
bañándose en el amanecer
Con el escalofrío de sus toscas camisas
Una blanca águila de espumas con senos palpitantes para las
leyendas del viento
En la impalpable mutación de mi sangre
Faz intrusa de la bahía espiando desde el balcón nuestros
amores sobre el petate
Y tú mi ciencia de extravío
Haciendo desaparecer esos personajes de la extrema alegría
en las ceremonias ambiguas
Que ligan la tierra y el sueño
Los ídolos vagabundos que sustentaron mi fanatismo y
mi debilidad

Óyeme:
Perdida hechicera del perfume del viento en la estación
inconmensurable
En el perpetuo conflicto
De beso y ausencia de agonía y furor
Más allá de la parálisis en tu cueva de llamas abrías el jardín
del desayuno entre las sábanas
Y el pozo blanco y sin fondo del pan en la espesura matinal
de los besos
El talud ha desparecido pero en lo profundo de un reino sin tregua
Yo hubiera querido seguir balbuceando ante los restos de un
amor devorador
Yo con una manzana nefasta y labios de forajido
Cada ribera deshaciéndose cada pájaro de paso cada sonrisa
con la noche cada objeto en pleno vuelo
Instalados como el infierno en una belleza insalvable

Óyeme:
Gran sombrero de paja en llamas del pequeño vendedor de
mangos en la escollera
Mercaderías fáusticas altares de la costa
Con fuego y polvo han sido creados estos huacos de
imágenes obscenas que sellan vínculos meteóricos
La ciega dulzura de estar vivo en un circo de formas feroces
modificadas a cada latido mientras camino a lo largo de
los médanos con el pecho constelado por un oro
demoníaco.
Ese irrisorio antro de cinc de la Aduana deja pasar
sin embargo tanta miseria
Tanta mirada ausente
Para esas almas de escándalo que desarraigan a sus hombres
con magias confusas
Mordiendo sus lenguas
Con apariciones de voz negra que hablan un idioma
encarnizado y húmedo de equinoccio

Óyeme:
Sexo azul de mujer cuando impones tu autoridad y tu fuerza
en cualquier límite de estrellas
Entre los movimientos del verano y las sorpresas de una tierra
que entrega sus secretos
A la luz del delirio
Oh amante desconocida apostada en los más altos vientos a
mi espera
Hacia la irrealidad y la decrepitud
Pero aún prisionera de estos veloces vuelos de alacranes

Vosotros sois testigos –mujer de antaño virando hacia
otras dichas
Paisajes tatuados sosías sin identificación ni esperanza
inventario de viejos sortilegios de mi vida—de que algo
inmenso y devastador
Como una lámpara que se desborda
Como el diálogo de un dios con el huésped de un burdel del
olvido
Sobrepasaba instante por instante mi ser oscuro
El terror
El ansioso torbellino de venas de un hombre desconcertado
por la presión de su aliento

Enrique Molina

No hay comentarios:

Publicar un comentario